miércoles, octubre 06, 2010

Bergman: la complicidad con lo íntimo

Por: Juan Guillermo Martínez

La filmografía de Bergman es vasta y miscelánea. Y aunque era aficionado a un tema específico: la psiquis humana y todos los sentimientos que de ella se derivan, nunca dejó de tratarla de las más diversas formas. En todos sus trabajos siempre está latente cierto tipo de dejo misterioso que supone un ahondamiento a los rincones más difíciles y oscuros del alma; fundamento éste que lo erige como uno de los realizadores más preocupados por el universo sensitivo de la naturaleza humana. La obra de Bergman es densa, pero no por ello inentendible. Desde el comienzo manifiesta una constante llamativa en particular: la reinvención de un lenguaje que a pesar de ser, si se quiere, filosófico, dirige sus miradas a una de las cuestiones naturales que cobija al hombre en general: la mente humana.

Ahora bien, por ser éste un tema tan amplio y, por lo tanto, imposible de tratar en toda su extensión, así se tenga la posibilidad de rodar miles de películas ¾algo, por demás, irrealizable¾ Bergman se caracterizó por tratar de mostrar, a través de diferentes historias, lo concerniente al mentado tema. Los que más llamaban su atención eran: los desvaríos por los cuales pasaban sus atormentados personajes en un momento de crisis de pareja; se manifiestan escépticos frente a una posible reconciliación, y, por el contrario, se sienten angustiados y sumidos en un vacío existencial que los llevan a cometer actos criminales y psicópatas, nublados por la incertidumbre del más incierto destino. Así mismo, el papel del artista ahogado en un océano de no – creación, como en La hora del lobo (1967), demuestra una ojeada a la sensibilidad más profunda que posee el pintor, aspecto que no es ajeno a la crisis manifiesta que se convierte en crítica al arte occidental, crisis que nos recuerda al personaje felliniano de Ocho y medio, cuya imposibilidad creativa se refleja en ideas que tiene en los sueños y que es incapaz de llevar a la práctica. En el caso del pintor de La hora del lobo, sucede algo semejante pero develado a la inversa: en el insomnio. En las noches interminables, acompañado la mayoría de las veces por su abnegada esposa, el pintor merodea en los resquicios de su mente la manera de asesinar el atascamiento creativo que lo tortura.

Hay en los personajes Bergmanianos una búsqueda constante por salir del encerramiento que los ha convertido en seres angustiados, desesperados, lastimeros y sufridos. Están hundidos, prácticamente, en un abismo sin fondo que los presenta inútiles frente a su labor. Y es esa condición la que determina los sentimientos que los agobian. En el caso del film mencionado anteriormente, las piedras en el camino del artista no están en el exterior, sino en su mente. Lo que nos permite Bergman es la posibilidad de apreciar el día a día del derrumbamiento artístico y sentimental de un hombre atacado por desequilibrios mentales. Un hombre que no encuentra la puerta de salida correcta. La crisis que se nos muestra está perneada por la necesidad de describir, a como de lugar, un mundo interior poblado de extrañas criaturas que manejan el rumbo de la psiquis del artista.

Otro matiz que caracteriza a estos particulares individuos es la ausencia de un horizonte que los haga sentir seguros de sí mismos; seguridad que se escapa de ellos en la medida en que se comportan frente al mundo, como uno de los personajes de Persona (1966). De este modo, entonces, el silencio del personaje (su falta de seguridad) viene a determinar la unidad estructural, en su sentido más estricto, del film; es lo que, en conclusión, lo hace. En este sentido, pues, apreciamos la aventura de un complejo mundo interior que es incapaz de comunicarse con su semejante: con su exterior. Lo interesante del asunto estriba en el ensimismamiento de Liv Ullmann, extremo, por demás.

Es destacable, también, la forma cómo maneja en El séptimo sello (1956) la preocupación por la relación del hombre, y de la humanidad, en general, con Dios, en primer lugar y, luego, con la muerte. Demostrando, una vez más, el proceso íntimo del ser con sus semejantes, por un lado, y con seres suprasensibles, por el otro. Se advierte, así, una complicidad con el propio yo para desenmascarar asuntos profundos de investigar, como es el caso de la creencia y fe humanas.

Cabe resaltar el papel que desempeña la mujer en la obra de Bergman. Considerado en sus películas como un material, en alto grado, decisorio para la re – invención desde el punto de vista de realización del film y su contenido subsiguiente. La presenta de distintas formas: a veces, como posibilidad para buscar respuestas y posibles soluciones, pero, también, como principio de estancamiento de una labor útil y creadora como la artista dePersona. La mujer, en Bergman, es, en definitiva, un acertijo con necesidades de manifestarse, ya sea con miradas, con planos de hermosos ojos, con silencios larguísimos, con monólogos, para, así, escudriñar en lo privado del alma humana, a partir de su delicada sensibilidad, un sinnúmero de estados solitarios representados en un solo cuerpo, tal como él lo siente. Por ello, no son gratuitas las declaraciones a cámara que dan sus actrices, y las confesiones privadas que se advierten frente al foco.

Bergman es un ejemplo claro de excavación. Remueve, en cada uno de sus trabajos, las sensaciones que determinan la existencia del ser humano en el mundo que lo rodea.

1 comentarios:

Leer sobre Bergman provoca ver una nueva cinta de él. Es que muestra el drama humano en sus más variadas facetas.

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